
Una historia de fantasmas, sin fantasmas
-¿Como usted dice que se llama el Pueblo que está allá en loma del cerro echando humo?
-Siltepec, señor. Y no es humo, son las nubes del rocío de la madrugada.
-¡Ah!, entonces éste ahí es Siltepec. Es que traigo mi carguita; ocote y cal, pero éste mi animal ya no más no quiere caminar aunque le aligeré la carga. De independencia baje por Pinada, apresunrándome porque me urge llegar a la plaza.
-Llegará señor, si usted sube de la vereda de la caseta, saldrá al chapeado, en un mero palo de Nogal, adelantito está el cafetal de Tío Rey. Todo derechito, saldrá por el auditorio, arriba, en la esquina, encontrará el mercado, señor.
-Gracias, hijo. Quizás llegué, y con suerte también encuentre una mi pachita.
Tengo memoria de mi infancia, de aquellas ocasiones que íbamos con papá Vico a sacar su leña de Pachan, esperando en el desvío de Guadalupe a que llegará el carro de don Cupertino. Tengo memoria de haber visto algo así como grandes nubes que trepaban entre los chalunes y el pueblo se perdía entre tanta nubazón. Es lo último que vi.
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