
Donde el agua guarda secretos: mitos y tragedias de la Presa Santa Elena
Estoy esperando a que la tarde muera.
Abrazarme antes de despedirla.
Deshacer el abrazo, pedirle que tome mis manos.
Hundirnos juntos.
¡Qué el día me consuma!, que me engulla entre el sofoco de sus rayos débiles y casi nocturnos.
Quiero escuchar una sonata de piano,
Contemplar un ocaso turbio, lleno de misterios.
Escribir las cartas que nunca escribí,
Sonreírle al extraño que me regaló la mejor de sus charlas.
¡Prometer una vez más! Una sola vez.
Espero con ansias que un rayo me parta en dos y redescubrir aquella sonrisa ausente de todo perjurio.
En verdad, es lo que quiero.
Vencer mis males añejos, los más viejos. Esos que juraron acompañarme hasta el final.
Deseo de todo corazón; caminar suspirando, esparcir la fragancia del amor.
¡Deseo conocer ese lenguaje!
Edificar un altar en su nombre...
No quiero dormir.
¡Hoy, no!
Estoy esperando que la noche reavive mi alma, reconocerme en tus ojos. Poderte decir: ¡Te amo, gracias!
Sentirme pleno.
Aguardo mientras sostengo mi vaso de vino, un evento canónico, producto de mi singularidad.
Estoy esperando...
Te estoy esperando.
No quiero irme así,
Cómo si nada.
De lo contrario, otra vez el polvo que cubre mis muebles, mi casa, mi piel, terminarán impregnados de todo este cúmulo de frases que aguardan a ser repetidas.
Otra vez.
Hasta pronto, querida.
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