
Donde el agua guarda secretos: mitos y tragedias de la Presa Santa Elena

He mirado varias veces con mis ojos lo distante. Lo imposible. Lo que me aguarda. Incertidumbre y decretos.
Con mi cigarrillo en la boca, echando fumarolas, juego a reflexionar.
Siguen siendo mis ojos los que dictan, los que dicen. Se adelantan a mis cuerdas, antes que a mis labios.
Unas veces son ojos tristes. Otras, los más felices.
Son mis ojos pues, la voluntad indiscreta de mis pensamientos, el sabotaje de la razón y la locura del momento.
Ahora que toco mis barbas, mis pómulos, esas cuencas enrojecidas por el polvo vuelven a expresar al mundo del divague, lo que por certeza jamás podría ver un ciego teniendo los ojos bien abiertos.
Está claro...
Muy a menudo, sin pensarlo tanto, presto mis luceros para sentirme un rato.
Inmóvil, aguardando en el infinito ausente de estrellas, hago muecas debido a las diferentes flechas que penetran mi piel que ya de por sí, comienza a sentirse de elefante << No importa, esas armas salvajes me atraviesan como si fuese de mantequilla>>.
Ceños fruncidos, intensidades que calan y estiran la piel. Son acompañadas por maltratos al alma, violentas sacudidas al cuerpo; reproducidas en gotas con diferentes tamaños que emergen sin esfuerzo de estos, tus ojos.
Bueno, esas flechas cargadas le respiran al nervio madre y al absoluto.
Mientras que la última fumarola se difumina en el aire, el cáncer que invade mis pesares me sapea...
Hasta ahora lo que parecía distante, roza en mis costados. La incertidumbre, antes decreto, comienza a incomodar al perezoso.
Ahora que miro de lejos lo que tenía frente a tus ojos, me invade otro pensamiento...
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