
Una historia de fantasmas, sin fantasmas
He visto tus labios, los veo. Son arrecifes que se mantienen coloridos por el sabor de tu saliva que viaja como espumarajo entre las olas. Cosquillean tu paladar.
Pescas con tu úvula, carnada bendita que captura mis suspiros. Los más preciosos, los vives con los ojos con que te miro. Los más horribles y vergonzosos, pasan levemente entre bicúspides que arremeten con furia para atraparlos entre oscuros rincones que jamás volverán a ver.
La marea se alza entre mis piernas, sobre mi abdomen. Un tifón nace del estrago de tocar tus costas, de seducir cuanto rincón abisal te dibuja, de jalar de manera constante y con suavidad súbita tus hermosos cabellos.
En pocas palabras, mujer, eres un sueño marítimo, un hermoso destello inefable que surge entre la puesta de sol que besa a la luna cuando su capullo se torna de rosa. Cuando la noche besa la tarde, cuando tu cuerpo yace entre mis brazos. Sobre la arena, cómplice de nuestros besos.
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