
Donde el agua guarda secretos: mitos y tragedias de la Presa Santa Elena
Cuando te acercas, todo parece aquietarse.
¡Danza!, danza lenta imitando las ondas que se producen cuando las gotas caen de par en par.
De la verde hoja al dulce asiento del río inmóvil, apacigua mi rabia desesperando al enojo que se enfría en el cobijo de la ternura que me provocas.
Luego, trago esa misma quietud que hace un nudo en mi garganta.
Las ganas se acumulan en un impulso que corre a besarte en mi mente.
Las cadenas son largas, aún así no te beso. Solo te miro, divago en la claridad de tu cabello oscuro, en el pequeño espiral de tus rizos.
Escalo a la punta de tus pestañas largas, abro mis ojos para ver los tuyos, para ver si andan perdidas esas ganas de mis labios en tu boca, de mis manos esculpiendo piel erizada; piel que se renueva con la yema de mis dedos.
Digo que estoy quieto para calmarme, para no correr.
Porque no quiero besarte, si no me besas tú.
Espacio Libre México
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