
Donde el agua guarda secretos: mitos y tragedias de la Presa Santa Elena

Dependemos de un alago a través de una pantalla, un cumplido falso que se borrara de nuestra memoria en un par de horas; morimos por nuestra atención diaria, morimos porque alguien halague lo que somos. Somos tan faltos de amor y razón propia que alguien más nos lo tiene que suministrar; vives para los demás, vives para que los seguidores aumenten, vives la falsa ilusión de sentirte completo. Somos como adictos esperando nuestra dosis, dosis que nos inyecta endorfina y nos alimenta el ego día con día, y yo sé que soy cómplice del mal que aborrezco, pero gano algo diciéndolo.
Estamos conectados a través de miles de pantallas que nos dan más que una simple y falsa identidad, nos dan seguridad, el estimulante perfecto. El sentimiento de sentirse real que mucho necesita se les deposita ahí; ahí en una pantalla, en un “like” o en un seguidor, incluso se llega a perder el amor real por el de alguien atrás de una pantalla.
Pero esto no es tan complicado, es tan sencillo como te adaptas o mueres, porque a final del día no somos nada más que simples animales sociales que necesitan de estímulo constante para sentirse vivos y desafortunadamente eso nos dan los teléfonos celulares.
Abraza a tu familia, siente el amor de verdad, el contacto de las personas que te aman y acaricia, siente de verdad, que ese contacto no siempre estará.
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