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Nacional08/12/2025 Juan Pablo Hernández Rosales
En la política mexicana hay una verdad incómoda que buena parte de la oposición aún se niega a reconocer: Andrés Manuel López Obrador no opera bajo las lógicas convencionales del retiro político.
Su salida formal de la Presidencia no significó una retirada del tablero; significó una reconfiguración de sus mecanismos de influencia, y esa distinción, aparentemente sencilla, está definiendo el rumbo político del país.
La oposición insiste en señalar a López Obrador como un expresidente más, confinado a la escritura, la reflexión o la memoria. Pero ese señalamiento es, además de ingenuo, estratégicamente suicida. AMLO no cedió espacio por ausencia: cedió espacio por diseño. Su retiro de los reflectores ha permitido a Claudia Sheinbaum construir una centralidad política inédita para un gobierno de continuidad.
En términos estrictos, López Obrador ejecutó una operación de sustitución hegemónica que recuerda más a las transiciones políticas de regímenes altamente personalistas que a una democracia liberal tradicional. La transferencia de visibilidad y con ella, de ‘’legitimidad simbólica’’ ha sido quirúrgica. Ningún expresidente mexicano ha logrado algo equivalente en las últimas décadas.
El problema para la oposición es que continúa librando una batalla en el terreno equivocado: se desgasta criticando al pasado mientras el obradorismo ya está articulando el futuro. Sheinbaum gobierna el presente; López Obrador está moldeando el mediano plazo. Quien no entienda esta doble capa de mando, se quedará fuera del análisis.
Incluso en un escenario hipotético extremo -planteado aquí únicamente para dimensionar el alcance del fenómeno-, AMLO conserva la capacidad de alterar de forma abrupta la correlación de fuerzas.
Bastaría con que anunciara apoyo abierto a un eventual heredero político, para que la contienda electoral quedara reducida a un trámite. La figura de López Obrador, aún retirada, tiene un peso específico que la oposición no puede contrarrestar porque nunca terminó de comprenderla.
Se equivocan quienes creen que el “tsunami” del obradorismo pertenece al pasado. El verdadero impacto está en gestación; el sexenio de Claudia Sheinbaum es un periodo de reacomodo profundo, una fase de consolidación ideológica e institucional que prepara el terreno para la próxima ola de expansión.
Las placas tectónicas del sistema político se están moviendo; la oposición, distraída, sigue interpretando réplicas.
México vive un momento de transición silenciosa pero decisiva. La arquitectura política del próximo sexenio se está definiendo ahora mismo, fuera de la vista del debate cotidiano. Quien siga analizando a López Obrador como un actor retirado está, simplemente, leyendo un mapa que ya no existe.

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