
Una historia de fantasmas, sin fantasmas
- Efraín, me duele el corazón. ¡Siento que me muero!
- Que no te duela, Evaristo. Nadie muere de amor. Esas cosas no sé quién las inventó. Pero no hagas caso, verás que a medida que pase el tiempo se te va a pasar.
- No entiendes, Efraín. ¡Me estoy muriendo! ¡Ya no sé lo que es sentir mariposas en el estómago! Siento, siento un hueco, Efraín. ¡Ah, como duele!
- ¡Que te calles, por el amor de dios! Ya estás grande. Abróchese bien el cinto, que esas tonterías si las escuchan en la cantina de Don Jacinto, nos pueden correr ¡y hasta pegar!
- No sabía lo que hacía ¿Cómo pudo pasar? Mi madre me va a matar.
- Tranquilo, Evaristo. Nadie más que tú y yo, sabemos lo que pasó. ¡Yo no rajo!
- Vamos a la Iglesia, vamos a que me saquen el chamuco.
- ¡Chingao! ¿Cuál chamuco, Evaristo? Deja de hablar tarugadas. Mejor me voy a mi jacal. Ahí me avisas cómo te sientes mañana.
- Efraín, ¡No me dejes! por lo que más quieras. Siento que aquí me voy a petatear...
- ¿Con quién hablas, Efraín?
- Con nadie, Mamá, con nadie...
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